Un otoño, mientras hacía mantenimiento en mi jardín, no pude simplemente descartar los restos de las podas. Esa belleza amputada por la necesidad práctica de un entorno habitable no merecía desaparecer de forma tan abrupta. Dispuse los recortes en cuencos, y en ese gesto me descubrí habitando el presente. La espontaneidad del hacer me llevó, sin buscarlo, a tomar distancia de las formas aprendidas en mi paso por la escuela de ikebana. Algo de ese proceso despertó en mí un sentir parecido al que experimento cuando pinto. Comencé a percibir la naturaleza transitoria de lo creado, donde la belleza y su fragilidad se revelan en su breve convivencia con el tiempo. Disfruté de esa fugacidad como se disfruta un secreto compartido. Tomé algunas fotos, de manera sencilla, sin intención de hacer obra. Fue una amiga quien me señaló que ese registro podía dar continuidad a la experiencia. A partir de ahí empecé a mirar también el espacio, los fondos, los apoyos. De esa observación surgió la serie que le siguió: Intermezzo.