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Hay una flor en el camino

Por

María Casalla, filósofa, poeta


“Nos guste o no aceptarlo,

somos plantas que, sostenidas por la raíz

debemos surgir de la tierra para poder florecer en el éter y dar frutos en el"

Johan Peter Hebel


Hay una flor en el camino al borde de lo visible que se abre y cierra, según el día, según la noche. Esa flor “florece porque florece”, y en su abrir casi sagrado (por lo que tiene de misterio) muestra su esencia.


Hay formas que con sólo estar (estar que es un permanecer dinámico) muestran la esencia de flor que nos dice a cada instante del sin por qué ni para qué de la vida.


Las formas que “aparecen” en la pintura de Silvina, bien podrían ser esas líneas paralelas que sólo se encuentran en el infinito.


Se torna problemático criticar una obra de arte, la obra de Silvina: encasillar en estilos, nombres y categorías, sería restarle los méritos intrínsecos que la obra de arte por ser obra tiene en sí misma. Lo cual no significa que no nos podamos interrogar acerca de sus alcances y misterio, pero por otro camino, el del puro interrogar que no necesita respuestas.


La obra de arte se presenta a este mundo principalmente mostrando, ese mostrar no es simplemente un ver, sino un mirar…. , lo que muestra la obra es aquel “plus” que el artista con sus manos elabora, ese sentido pertenece al artista, que creando da forma al extenso escenario que se nos presenta todos los días como mundo. La sutil diferencia es que el artista al elaborar la materia de sus obras muestra la tierra (la matriz oscura y secreta que contiene todo lo existente).


Diversas y fecundas son las voces que encontramos en la filosofía, la poesía – ellas mismas- podrían ser la punta de una espiral que simbolice este interrogar ante la obra de arte, que no podría cerrarse nunca.


Heidegger – el pensador poeta alemán- nos dice que la obra de arte es el más puro “sin por qué ni para qué”, la obra de arte es inutilidad fecunda, en ella reside el misterio del goce que nos despierta. Para otro filósofo alemán (Kant), el goce estético reside en el puro desinterés en el libre juego de la imaginación y el entendimiento que ejercemos cuando nos enfrentamos a una obra.


Es necesario este rodeo, tal vez nos sirva para poder ver en la obra de Silvina algunas de estas voces.

Su obra es un largo camino, ese camino está cubierto de “claros” en donde vemos depurada una técnica que más que ser mero instrumento, se presta al servicio de la esencia de sus cuadros, la pluralidad de sus diferentes técnicas hace a la riqueza de sus temas y figuras. Pero hay algo aún más importante que traspasa el pincel, la mano o los instrumentos de trabajo: su espíritu.


La pintura de Silvina abre espacios de silencio, la blancura manifiesta o sutil de sus cuadros invita a respirar (un respirar casi físico, que da lugar a un sentimiento puro y desinteresado).


La conjugación de colores, la música que habita en su obra, las figuras que invitan a danzar, contemplar, prestar oídos. Pequeños seres metafóricos custodiando cada vértice de sus cuadros. Rostros ampliados en sus gestos más primitivos: dolor, transparencia, contemplación. La soltura de Danza, la magia de Vuela.


Metáfora-poesía. La poesía que se desprende de cada imagen que parece querer contarnos pequeñas historias casi oníricas, diafanidad ampliada en cada símbolo de sus tintas, de sus trípticos.


Poesía -se dice en griego al crear, al acto de hacer- crear continuo, búsqueda sin respuestas tranquilizadoras, sólo preguntas que se abren en el más allá de la tela que parece recorrer toda su obra.


Todo artista pone en imágenes palabras, da materia a la forma del lenguaje, un lenguaje constitutivo al ser que somos. Ese don es gratuito y gracias a él podemos disfrutar, sentir lo invisible, que es también lo de todos los días y que tantas veces perdemos los hombres.


Artista: aquel hombre que por un sublime movimiento de su espíritu nos re-crea, nos recuerda la esencia de sueños que también somos.


Libertad de pensar y hacer que hay en nosotros. Silvina: luminiscencia.

 © 2025 - Silvina Faga

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